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Mirar al pasado: tres cómics de hoy que nos hablan del ayer

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Little Nemo: regreso al País de los Sueños, Hijo de ladrón y Zombies en La Moneda: ¡Estamos en guerra, señores! son tres recientes publicaciones de destacados artistas nacionales que por distintos caminos nos llevan al pasado, revelándonos de esta forma parte de nuestro presente. Un pasado en el que redescubrimos el cómic como género; un pasado en el que volvemos a valorar a uno de nuestros principales escritores; y un pasado en el que por medio de la risa descubrimos lo terrorífico de nuestro hoy.

Dibujo de “Hijo de ladrón: la novela gráfica”

Dibujo de “Hijo de ladrón: la novela gráfica”

Año Nuevo es la época de los proyectos. No es difícil entender por qué: entre champaña, abrazos y fuegos artificiales todo parece futuro e ilusión. Doce meses por delante para jugar con las posibilidades Pero fin de año es época de revisiones. Se nos evalúa en nuestros trabajos, rendimos pruebas de fin de año, tratamos de cuadrar las contabilidades sin recordar lo que hicimos el verano pasado. Ya a comienzos de noviembre empezamos a preguntarnos ¿qué hicimos?, ¿cómo llegamos a estar como estamos ahora?, ¿logramos lo que queríamos?, ¿qué podríamos haber hecho mejor? El pasado es la vara con la que nos medimos, el reflejo en el que nos observamos, lo que ya fuimos y lo que dejamos de ser. Curiosamente, tres recientes cómics en los que participaron creadores nacionales miran al pasado. ¿Qué buscan en él? ¿Qué nos muestran de lo que fuimos? ¿Hacia dónde nos pueden llevar. Veamos.

Un homenaje al pasado: Little Nemo. Regreso al País de los Sueños

Portada-NemoYa hemos hablado del dibujante chileno Gabriel Rodríguez en esta página a raíz de su trabajo en la serie Locke & Key. Mientras esperamos que la editorial Arcano IV termine la publicación de ella con Alfa y Omega, el último tomo de la historia, aprovechemos de revisar uno de los más recientes trabajos de Rodríguez: Little Nemo. Regreso al País de los Sueños. Publicada originalmente por IDW en Estados Unidos y ganadora del Eisner 2015 –el Oscar de los cómics, una vez más- como Mejor Serie Limitada, esta serie fue recientemente publicada en Chile por Anfibia Ediciones. Escrita por el estadounidense Eric Shanower (1963) y coloreada por el también chileno Nelson Dániel, esta serie recoge la obra de uno de los pioneros del cómic, Winsor McCay (1867-1934), quien publicó Little Nemo in Slumberland en la página dominical de cómics del The New Yor Herald durante poco más de veinte años desde 1905.

Leer la nueva versión de este clásico fundacional de los cómics nos introduce en el colorido mundo de los sueños, en el que tras la desaparición del Nemo original creado por Winsor McCay, todo el reino está convulsionado en la búsqueda de su sucesor, quien debe servir de compañero de juegos de la princesa. Así, lo que Shanower propone es una suerte de continuación de la historieta original, en la que el lugar vacante será ocupado por James Nemo Summerton, un niño que por las noches comenzará a recibir a extraños emisarios que intentarán convencerlo de que debe acompañarlos a la corte del rey Morfeo. Extrañado, se verá cada noche inmerso en una aventura colorida, desquiciada y divertida que le irá mostrando cómo funciona el sorprendente mundo de los sueños y a los curiosos personajes que en él habitan, tales como el dulce Bon-Bon o el travieso Flip-Flap. Siguiendo el modelo original, Shanower estructura cada capítulo tal como lo hacía McCay en su página dominical: la aventura acaba con el pequeño Nemo despertando en su cama, ya sea en el suelo o en una posición desacostumbrada, fruto de su experiencia onírica. La actualización propuesta es, por lo tanto, totalmente respetuosa, lo que se agradece en una época como la nuestra, dada a entender por actualización armar con un par de pistolas a personajes como Hansel y Gretel o convertir en un asesino sin cabeza al buenazo de Superman.

No es posible entender el cómic actual sin conocer lo realizado por los pioneros, que comprendieron que esto no se trataba solo de figuritas atrapadas en una serie de cuadros

El dibujo de Gabriel Rodríguez va de la mano con esta actualización/homenaje de la obra original. Con un trazo redondeado y amable, de líneas claras e imágenes coloreadas por un luminoso Nelson Dániel, retrata un mundo infantil lleno de aventuras y travesuras inocentes. Pero tras esta aparente ingenuidad visual está quizás el principal homenaje a Winsor McCay, quien ya hace más de un siglo entendió que el cómic –en ese entonces recién desplegándose como arte- tenía infinitas posibilidades expresivas. Lo que hace Rodríguez es prolongar esta visión sobre la historieta proponiendo bellos juegos narrativos a través de la imagen, como el juego de las viñetas inclinadas que sirven de trampolín para saltar al mundo de los sueños o toda la secuencia que ocurre en la Torre Teselada, en la que lúdicamente se cruzan las aventuras de Nemo y Flip-Flap con la exploración pictórica propuesta por M.C. Escher en la primera mitad del siglo XX o con la narración espejo de la que los personajes apenas logran escapar.

Lo que hacen Shanower, Rodríguez y Dániel es traernos al presente los orígenes mismos del cómic como lo conocemos hoy, refrescándolo y desarrollando tal como hacía el original una reflexión práctica sobre las infinitas posibilidades que ofrece la historieta como género. En el fondo, no es posible entender el cómic actual sin conocer lo realizado por los pioneros que en el pasado comprendieron que esto no se trataba solo de figuritas atrapadas en una serie de cuadros, sino de un futuro por explorar.

Nemo llegando al País de los Sueños. Dibujo de Gabriel Rodríguez.

Nemo llegando al País de los Sueños. Dibujo de Gabriel Rodríguez.

El pasado nuestro de cada día: Hijo de ladrón

HIJO DE LADRONrecEl clásico de Manuel Rojas (1896-1973) publicado en 1951 es reconocido en la historia literaria de nuestro país por haber marcado un antes y un después en las letras nacionales al introducir nuevas formas de narrar una historia. Además, se alejó de las figuras literarias predominantes de la época –el huaso y el roto- y retrató un mundo poco conocido haciéndose cargo de la gama de grises que hay en cualquier vivencia humana.

Durante años, Hijo de ladrón ha sido una lectura obligada para cualquier interesado en la literatura chilena. También se ha convertido en un clásico de la lectura obligatoria escolar, lo que en cierta medida ha desdibujado los alcances de la obra de Rojas. Algo similar a lo que pasó con Gabriela Mistral, por ejemplo.

El guionista Christian Morales, el dibujante Luis Martínez y Marco Herrera a cargo de la adaptación de los diálogos tomaron el desafío de convertir Hijo de ladrón, sin duda la obra más conocida y valorada de Manuel Rojas, en una cuidada novela gráfica que luego de más de cuatro años de trabajo fue publicada el pasado octubre por OchoLibros. Y a diferencia de lo hecho con Little Nemo, aquí no hay una actualización de los hechos narrados sino una representación fiel del contenido de la obra original. Eso, aunque la trama nos hable hoy de quienes somos tanto como lo hizo hace ya más de medio siglo.

Aniceto Hevia, el protagonista basado parcialmente en las propias vivencias de su creador (“Aniceto Hevia soy yo”, diría Rojas en un arranque flaubertiano), narra su existencia errante. Lo hace sin un orden cronológico claro. Lo hace desde el lugar que le tocó vivir: ser el hijo de un reconocido ladrón apodado el Gallego que le dará al protagonista al menos una visión cálida sobre su propia infancia. Calidez que al morir su madre y ser encarcelado su padre perderá irremediablemente. Narra su vida desde la soledad y la pobreza, desde la cárcel, la infancia, la amistad y el deseo de libertad. Lo hace desde el hambre, la enfermedad y el anhelo de pertenencia. Lo hace desde un país que reconoce la injusticia social, las diferencias insalvables y que comenzará a luchar por cambiar esto.

Luego de más de cuatro años de trabajo, Christian Morales, Luis Martínez y Marco Herrera convirtieron Hijo de ladrón en una cuidada novela gráfica

El trabajo realizado por Morales, Martínez y Herrera es tremendamente respetuoso de la estructura propuesta por el novelista. Así, los saltos temporales y las distintas voces que van relatando las distintas vivencias particulares -que en conjunto hacen de la historia una sola experiencia colectiva-, son llevados a las imágenes en un estilo gráfico urgente como el hambre que persigue a los personajes. Superponiendo distintos tonos de grafito, las imágenes construyen un territorio borroso en el que predomina un gris que trasciende el dibujo y que nos habla de los mismos seres representados. Personas rotas, frágiles y de rostros difusos, necesitadas de una palabra amable y de un pedazo de pan. Un dibujo apenas boceteado con un trazo frenético que muestra a estos seres humanos que se enfrentan a un sistema maquinal que no los reconoce como tales y que los funde con la tierra, con el paisaje inmenso que los rodea, con la ciudad y con la masa de trabajadores y ladrones con que Aniceto se cruza. El estilo de dibujo, aparentemente inacabado, nos habla entonces de ese Chile del pasado que no es otro que el de este presente que vivimos y en el que a menudo entendemos en blanco y negro el destino de sus habitantes. Un país que parece incapaz de asumir lo que Manuel Rojas escribió hace ya tanto tiempo: “Dame tiempo para vivir y muérete contando tu mercadería, convenciendo a los estúpidos de la bondad de tu programa de gobierno, leyendo tu diario o traficando con tus productos siempre más baratos de lo que pagas y de lo que los vendes. En cuanto al mar, al cielo y al viento, no podrás quitármelos ni recortarlos; podrás cobrarme por verlos, ponerme trabas para gozar de ellos, pero siempre encontraremos una manera de burlarte”.

El presente como un chiste del pasado: Zombies en La Moneda

PortadaCerradaCatalogo1-479x707También en octubre de 2015 apareció el sexto tomo de Zombies en La Moneda, titulado ¡Estamos en guerra, señores!, con el que Mythica Ediciones finaliza la serie iniciada el año 2009 en la que una serie de guionistas y dibujantes se hizo cargo de retratar en breves episodios lo que ocurriría en Chile ante una invasión zombie. Un retrato, en todo caso, cargado de sátira y humor sobre la realidad nacional y en el que los artistas irían plasmando su visión sobre los distintos gobiernos del 2009 a la fecha, el terremoto de 2010 y el devenir de distintos movimientos sociales. La epidemia de muertos vivientes era enfrentada tomo tras tomo por un variopinto conjunto de personajes en el que se mezclaban estrellas de la farándula, políticos de todas las tendencias, fanáticos del cómic y nuevos personajes que representaban a lo que las encuestas y los noticieros nacionales suelen llamar “el chileno común y corriente”. Esta permanente ironía sobre la realidad del país no impidió en ningún tomo que los chistes convivieran con momentos de alta tensión o incluso de profunda emoción, siempre en torno a la idea del necesario sacrificio por un bien mayor, la solidaridad como resguardo de la humanidad amenazada o la familia como soporte y refugio de la propia identidad.

Los distintos artistas reunidos en ¡Estamos en guerra, señores! ponen punto final a la saga retomando la impactante revelación de Terremoto, el tomo anterior: una devastada Michelle Bachelet contempla junto a un optimista Sebastián Piñera la destrucción causada por los zombies y por el terremoto, atisbando a lo lejos una desconocida flota de barcos y aviones que se aproxima a los restos de Valparaíso y de Viña del Mar, al tiempo que se revela en la viñeta final ¡¡¡a Pinochet sentado en el mítico sillón ochentero de Julio Iglesias recibiendo la orden de salvar el país por parte de unos misteriosos personajes llamados El Sello!!! Es cosa de ver las portadas de los seis tomos para entender que la sutileza no es lo que aquí manda. De hecho, el tomo final de la saga se ofrece con una imagen de Bachelet sosteniendo a su hijo en brazos, mientras a su alrededor una horda de no muertos lo devora. De fondo, La Moneda en llamas y un espectral Pinochet de uniforme…

Con una variedad de trazos, Zombies en la Moneda perfila con ironía y humor grueso el país en el que vivimos

El sexto tomo se hace cargo de tan apoteósico cliffhanger y por medio de un salto temporal de cinco años hacia el futuro, hace converger a los distintos personajes que han sobrevivido a lo largo de la saga en un asalto final a La Moneda, en donde un revivido y poderoso Augusto Pinochet ha conseguido devolver una aparente calma al país, aunque sobre la base de un férreo control sin límites y el manejo de los medios de comunicación por parte de una serie de empresarios a los que nunca vemos el rostro. Todo esto, mientras una disminuida Michelle Bachelet lucha por mantener a raya el virus zombie que le infectó su hijo y que la va convirtiendo paulatinamente en lo que ella más teme. Se suman nuevos personajes (la selección de fútbol con un Pitbull genéticamente modificado, la bancada joven del Congreso que es rescatada a último minuto por “las viejas glorias”) y se resuelven viejos conflictos de tomos pasados, todo para dar un cierre un tanto atropellado a esta divertida e irreverente saga.

La variedad de artistas reunidos en esta ocasión no permite hacer un comentario general sobre el dibujo, siempre en blanco y negro, tal como ocurría en todos los tomos anteriores. Solo se puede decir que los estilos son diversos y se adaptan en mayor o menor medida a lo que se relata, yendo desde lo más caricaturesco a lo realista y pasando por aproximaciones al manga o a lo pictórico, dependiendo del tono de lo que se cuenta. Así, en esta variedad de trazos se nos perfila con ironía y humor grueso el país en el que vivimos: un país preocupado de las “estrellas” de la televisión y de los “héroes” del fútbol, mientras a nuestro alrededor el hambre, la rabia y la irracionalidad de los “zombies” crece cada día. Un país en el que el poder es manejado por seres sin rostros dispuestos a revivir un fantasma del pasado para llevar a cabo sus planes y en el que la salvación de la nación depende de un grupo de anónimos y fracturados individuos que intentan rescatar la dignidad de las personas atrapadas en un sistema de consumo bestial, que es una de las lecturas que propone la figura de los zombies. Porque en este tomo final de Zombies en La Moneda, más allá de los distintos saltos hacia el futuro que propone la narración, se hace más presente que en todos los otros la idea de que nuestro presente sigue sometido a un pasado marcado por el miedo y la violencia. Un pasado que, pese a disfrazarse aquí de chiste y caricatura, sigue sometiendo al país.


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