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Ed Wood: Los relatos del peor cineasta de la historia

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La reciente publicación del libro La sangre se esparce rápidamente (Caja Negra), de Ed Wood, nos acerca a la escritura de un director de cine atípico, memorable por su falta de méritos. En los cuentos incluidos en este libro, se combinan elementos del cine negro y de la ciencia ficción, con historias de venganzas, sicarios, amantes, traiciones y chantajes.

1958 Plan 9 from outer space (ing) (lc) 01

 

Si no fuese por la aparición en 1980 del libro de Harry y Michael Medved The Golden Turkey Awards, en el que lo destacaban como ‘Peor Director’ de la historia y a su película «Plan 9 del espacio exterior» (1959) como ‘Peor película’ de todos los tiempos, Ed Wood seguramente hubiese desaparecido en el tiempo sin dejar más huella que las deudas de las que tuvo que hacerse cargo su mujer, Kathy. Sin aquella bochornosa distinción, no se hubiese generado el culto al excéntrico creador de obras como «Glen o Glenda» (1953) o «La novia del monstruo» (1955). No hubiesen existido las funciones nocturnas de sus inclasificables e hilarantes películas en los cines alternativos y académicos de Estados Unidos. No hubiese sido exaltado por un iluminado Tim Burton en la bella película de 1994 que lleva su nombre y que significó un Oscar al mejor actor de reparto para Martin Landau por su interpretación de un senil Bela Lugosi convencido de ser el auténtico Drácula que interpretó en los años ’30. Ni mucho menos hubiesen sido rescatados sus novelas de los sesenta, La drag asesina y Muerte de un travesti, ni sus relatos que este 2015 publica en español la editorial Caja Negra, reunidos bajo el título La sangre se esparce rápidamente. Como se ve, ser el peor en algo puede en contadas ocasiones asegurar un puesto en la historia. Aunque el “afortunado” Ed Wood haya acabado su vida endeudado, sin casa y alcohólico, sin ver nada de todo esto.

eAbrir un libro de Ed Wood implica estar dispuesto a entrar a un mundo en el que se conjugan las fantasías personales de su autor, unos diálogos acartonados y a menudo inconducentes, además de los códigos más manidos de los géneros bastardos del cine y la literatura. El travestismo –del que Ed Wood fue devoto aficionado-, los chalecos de angora como fetiche autoral, el mundo delictual y de la prostitución, la ciencia-ficción barata de los años ’50, el cine negro, el terror gótico y sangriento por partes iguales, la explotación sexual y un humor ramplón, sexista y homofóbico a los ojos de hoy, se entremezclan en historias de venganzas, sicarios, amantes, traiciones y chantajes.

La sangre se esparce rápidamente recoge 26 de los relatos que Ed Wood escribió a fines de los sesenta para distintas publicaciones pulp, es decir, revistas baratas en las que los febriles textos del director acompañaban ilustraciones y fotografías eróticas de escasa o nula calidad estética. Revistas efímeras que nunca aspiraron a convertirse en objetos de colección. Son 26 relatos que apenas esconden las referencias a cintas clásicas como «Psicosis» (1960) o «¿Qué pasó con Baby Jane?» (1962) en su intento por generar un impacto morboso en el lector, pero que al hacer tan evidentes sus recursos consiguen el efecto contrario: una sonrisa de ternura al ver los desesperados intentos de Ed Wood por rozar aquello que otros consiguen.

La sangre se esparce rápidamente recoge relatos que Ed Wood publicó a fines de los 60  en revistas pulp

Tanto en sus películas como en sus relatos escritos, Ed Wood intenta esforzadamente seguir los patrones de la industria apelando a los géneros más populares (ciencia-ficción, terror, western), pero lo hace con tan poca habilidad que termina convirtiéndolo todo en una caricatura que se toma demasiado en serio a sí mismo. Lo suyo es la contemplación extasiada de lo ya contado y lo ya visto. Una contemplación que él hace desde el peldaño más bajo de la escalera. Es la admiración que se traduce en una mala copia y que por urgentes necesidades económicas fue cayendo cada vez más en el recurso fácil del sexo pornográfico, del asesinato visceral y de la violencia injustificada. Una imitación que, sin embargo, él no puede evitar seguir haciendo, en gran parte para sobrevivir de mala manera, pero también como si con todo el esfuerzo que desplegó supiera que tras su muerte -y como un chiste cruel- un par de escritores de cine le darían la gloria que tanto buscó. Una gloria tramposa y de dudoso brillo, en todo caso.

Su actitud es similar a la del aviador que protagoniza el relato Pista libre, cuando le señala a su quejosa mujer en un momento de la trama: “Soy un hombre de acción. Nunca fui otra cosa. No podría quedarme sentado frente a un tablero de diseño. Ya perdí la cuenta de las veces que he pensado en renunciar y hacer lo que siempre quisiste. Ahí arriba siento que soy el que controla el mundo entero. Es como si estuviera sobrevolando mi propio universo en miniatura, que se comporta exactamente como deseo. Aquí abajo, soy uno más del rebaño. Y no uso la palabra ‘rebaño’ porque sí. En tierra firme te llevan de aquí para allá, como si fueras una oveja. Ahí arriba es distinto. Uno es libre como los pájaros”.


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