Un hombre que conduce su vida racionalmente. Una mujer que es puro sentimiento. El encuentro de dos opuestos y el romance que surge entre ellos. ¿Una historia novedosa? Puede que no. Pero la forma en que David Mazzucchelli la cuenta nos permite reflexionar sobre lo que implica vivir creyendo que el mundo se basa en conceptos contrarios. Y la absoluta libertad y elegancia con que los recursos de los cómics pueden ser empleados.
Día y noche. Blanco y negro. Bonito y feo. Bueno y malo. Siendo niños, aprendemos estas dualidades que se convierten rápidamente en normas. Lo aceptable y lo inaceptable. La verdad y la mentira. La vida y la muerte. Aprendemos que son elementos opuestos y absolutos, que cada uno se explica por medio de su contrario. Y construimos nuestra concepción de la realidad por medio de este juego cómodo para nuestros padres a la hora de educarnos, pero simplista en relación a la verdadera naturaleza de la vida, más cargada a los grises que a los absolutos. Algo que, en el mejor de los casos, aprendemos por nosotros mismos al pasar por la adolescencia y la juventud.
El estadounidense David Mazzucchelli (1960), dibujante que de la mano del guionista Frank Miller dio vida a los clásicos superheroicos de los 80’ Daredevil: Born again (Marvel) y Batman: Year one (DC), crea en su primera novela gráfica una obra que reflexiona temática y formalmente sobre esta visión dicotómica de la realidad a partir de una clásica historia romántica. ¿Los opuestos se atraen? ¿Pueden permanecer juntos? ¿O por algo son opuestos y deben separarse?
La búsqueda del otro
Asterios Polyp (2009), publicada en español por Salamandra el año 2014, llama la atención desde antes de abrir el libro. Con sus casi 350 páginas, sus gruesas tapas de cartón bruto con la figura del protagonista grabada y un forro horizontal blanco en el que se entrecruzan bloques azules, rojos y morados con el nombre de la obra, la novela reclama nuestras miradas por lo atractivo de un diseño con algo de la estética cincuentera/sesentera a lo Mad men. Y lo atractivo del exterior se extiende a cómo comienza la historia: en un relato mudo, vemos a un hombre solo en su departamento durante una noche de lluvia. Las viñetas desordenadas van formando en nuestra mente una imagen del personaje: no hay orden en el lugar, sobre la mesa hay cuentas impagas, la cama está revuelta, una barba incipiente cubre sus mejillas, lo que parece una película pornográfica es su única compañía… Hasta que un rayo cae desde el cielo y comienza un incendio en su edificio. Suenan las alarmas y él debe salir del lugar. Antes de hacerlo, saca solo tres objetos: un encendedor, un reloj y una navaja suiza. El incendio consume todo lo demás, incluyendo una inmensa colección de cintas de video que parecen ser el registro diario por las fechas anotadas en sus lomos. ¿Qué contienen esas cintas? ¿Por qué rescata esos tres objetos? Asterios Polyp, que es el nombre del personaje que ha quedado en la calle, ocupa entonces todo el dinero que le queda en los bolsillos para comprar un pasaje hasta donde le alcance. A todas luces es un hombre sin un rumbo claro y que quiere escapar de la vida que lleva. ¿Por qué?
Desde ese momento buscamos respuesta a estas preguntas en su viaje a ninguna parte; viaje que en un permanente salto temporal entre el presente y el pasado va reconstruyendo la historia de este egocéntrico arquitecto académico (él mismo recuerda constantemente que ninguno de sus diseños ha sido construido), un hombre que ha llevado su vida adelante como un exigente, respetado y despiadado profesor universitario. Una vida racional, ordenada, segura y exitosa en el ambiente sofisticado e intelectual de la academia neoyorquina. Y todo esto lo conocemos gracias a la voz de Ignazio Polyp, el hermano gemelo del protagonista, quien nació muerto. He ahí una de las primeras dualidades que nos presenta Mazzucchelli. Asterios recordará a este personaje ausente a lo largo de la obra, ya sea en sueños, ya sea en la reflexión sobre cómo hubiese sido la vida del muerto de haber sido al revés la historia. Una ausencia que lo acompañará visualmente en ciertos pasajes como una figura hecha de líneas punteadas que va a su lado. Una ausencia que, comprensiblemente, quisiera él dejar de sentir.
El resto de la historia nos cuenta cómo Asterios descubre una nueva forma de vivir una vez que llega a su destino, un pueblo perdido en el que es “adoptado” por una curiosa familia: un terrenal mecánico, una espiritual mujer chamánica y el inquieto niño de ambos. En ese ambiente campechano de vidas simples, el personaje irá descubriendo facetas desconocidas de sí mismo al tener que trabajar por primera vez con sus manos como mecánico y viendo por fin materializado uno de sus diseños arquitectónicos al levantar una casa en un árbol para el hijo de sus anfitriones. Será este un lento camino en el que Asterios irá desprendiéndose del hombre que fue y de sus calculadas y rígidas estructuras mentales.
Al mismo tiempo, iremos conociendo paulatinamente el pasado del personaje y cómo llegó a la situación inicial tras su ruptura con Hana, una tímida mujer dedicada a la escultura con la que estuvo casado durante años. Podríamos decir que el centro de la historia se encuentra en esos flash-backs que dan cuenta del enamoramiento inicial entre la racionalidad del arquitecto y la frágil emocionalidad de la artista (la atracción de los opuestos), la posterior convivencia de la pareja ya casada (búsqueda del equilibrio de los opuestos) y el doloroso quiebre en el que las diferencias se hacen evidentes dadas las marcadas personalidades de ambos (el rechazo de los opuestos).
La cuadratura del círculo: la forma también importa
Escucho a alguien decirlo: ¿y merece tanto aplauso una historia que perfectamente serviría para una película de Woody Allen o para cualquier comedia romántica con la nuevamente recauchada Meg Ryan? Según muchos, claro que sí. No por nada Asterios Polyp recibió un premio Eisner y tres premios Harvey el año 2010, además de ser destacada por autores de la talla de nuestro conocido Scott McClod. Eso, además de numerosos reconocimientos en distintos festivales de cómic alrededor del mundo.
Más allá de la historia, David Mazzucchelli construye visualmente su novela gráfica utilizando con elegancia y precisión los recursos de los que dispone. Que como ya sabemos, en las historietas son casi infinitos. Así, el modo en que usa apenas tres colores básicos, la forma de las viñetas en que se alternan los círculos y los cuadrados, la tipografía empleada para cada personaje, los bocadillos de texto que se superponen o se cruzan, la construcción de las páginas que se duplica en ciertos momentos, los estilos de dibujo de cada personaje, el tipo de línea que emplea para cada situación, todo trazo que vemos en el predominante blanco del papel está pensado en esta obra para mostrarnos visualmente cómo los elementos que creemos opuestos se atraen, se acercan, se relacionan, se rechazan y se confunden a lo largo de la historia.
No es casual que en el mundo de Asterios predomine el color azul y en el de Hana el rojo, ni que en las discusiones que tienen él sea retratado a partir de formas geométricas perfectas y ella sea dibujada a partir de un inseguro trazo de líneas cortas y curvas. Tampoco es casual que en los momentos en los que la relación va bien, el mundo retratado adquiera una tonalidad intermedia en la que predomina un lila fruto de la mezcla de los otros dos colores. Cada opuesto parece, entonces, aportar lo suyo a esta nueva realidad que construyen. Y el tercer color primario, el amarillo, aparece para reflejar la transición de Asterios en el camino de reconstrucción tras el quiebre con Hana. Un color que habla del fuego que acabó con su mundo anterior de la mano de algún dios empeñado en sacar al personaje de su aislamiento, pero también nos habla de la calidez que encuentra en la familia que lo acoge y lo acompaña cuando está más solo.
No es casual, tampoco, que a lo largo de la historia el tipo de dibujo cambie, dependiendo de la situación o del tema que se desarrolle en ese momento. Así, el trazo pasa por el esquemático y cerebral dibujo arquitectónico, el mundo en blanco y negro del expresionismo y la iconografía helénica en la permanente referencia que hace el autor a dicha cultura (cultura maestra en esto de las dualidades, después de todo). Sorprende Mazzucchelli al representar una sofisticada e intelectual fiesta neoyorquina con un dibujo en el que cada uno de los invitados está compuesto de elementos distintos: letras, números, gráficos, trazos dispersos, círculos, ángulos, puntos. Toda una declaración sobre cómo el autor ve y entiende el mundo académico en el que el individuo parece reducido a su área de conocimiento y nada más. Seres parcelados, atrapados en su propio mundo.
No es casual que la cotidianeidad de la pareja compuesta por Asterios y Hana sea representada en un capítulo mediante viñetas mudas y dispersas en las páginas, logrando narrar una historia simple del día a día de los personajes (cómo él la ayuda a limpiarse las orejas) a la vez que consigue retratar esos cientos de momentos e imágenes que construyen la vida en común de dos personas que dicen quererse. Así, los cuadros se acumulan página tras página mostrando a Hana durmiendo, Hana dando de comer a su gato, Hana leyendo, Hana reventándose una espinilla, Hana caminando por la calle, Hana estornudando, Hana besando a Asterios, Hana agradeciendo a Asterios su ayuda, Hana peinándose, Hana bebiendo una copa de vino, Hana poniéndose los zapatos, Hana durmiendo, Hana viviendo. Nada más que eso. Porque siendo el cómic un arte que se sustenta en la idea de la secuencia narrativa, ¿cómo se puede representar esa cotidianeidad hecha de momentos mínimos, de objetos y gestos que asociamos al otro? Mazzucchelli lo consigue al rodear una acción en apariencia insignificante de cientos de viñetas alusivas a la rutina amorosa. Lo pequeño así se engrandece al reiterarse el valor de lo que vemos y vivimos cada día.
Porque no hay nada casual en las páginas de Asterios Polyp, y quizás la favorable crítica que ha recibido se deba también a que como novela gráfica expande los límites del lenguaje asociado al cómic, empleando este mismo lenguaje para profundizar en el contenido de la historia que nos cuenta y llevarnos a reflexionar sobre la concepción misma de la vida que nos enseñaron de niños. Porque ese azul de niñito y ese rojo de niñita que se funden en un lila, así como esas masculinas líneas rectas y femeninas líneas curvas que tratan de encajar, no son sino el recordatorio de que no vivimos en un mundo de opuestos irreconciliables. Nuestro mundo, más bien, parece ser un cruce de tonalidades intermedias en el que intentamos encontrar la que mejor combine con la propia.
Un camino que se abre en mil
David Mazzucchelli, quizás por la abundancia de dobles letras en su apellido, nos ofrece en Asterios Polyp una reflexión sobre las dualidades en torno a las que vivimos, así como sobre la necesidad de ese otro que nos complemente y, a la vez, nos regale sus diferencias. Con un final sorprendente y descolocador que ha entusiasmado y molestado a los lectores por partes iguales, es una invitación a ver el cómic como un terreno aún inexplorado en sus infinitas capacidades expresivas. Una lectura abierta a distintas miradas: las cuadradas, las sensibles, las cómicas, las filosóficas, las políticas, las trágicas, las oníricas, las narrativas.