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El valor de las historias que no se cuentan

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Lejos de la victimización y el melodrama, la novela gráfica En Italia son todos machos nos presenta un episodio desconocido de la historia: la detención en la Italia fascista de cientos de homosexuales durante los años 30. Y así, nos permite reflexionar sobre la importancia de las historias que no son contadas y que quedan en el olvido. Y volver a hablar de Pedro Lemebel.

italiamaschi

“¿Y si perdemos la esperanza?
Entonces… la muerte se apoderará de todas las cosas”.
Luca de Santis

El pasado 23 de enero murió el escritor Pedro Lemebel. Entonces, no fueron pocos los que destacaron su importancia a la hora de hacer visible una identidad que hasta su irrupción en la escena nacional permanecía acallada y oculta en nuestra sociedad. Su figura, sus modos, su arte y sus escritos enrostraron insistentemente la marginalidad social y sexual a un Chile ciego que no quería verla. Y en su terco manifestarse, Lemebel consiguió abrir la mirada de muchos a realidades que hasta entonces habían vivido encogidas en el silencio que lo hace todo invisible. Las crónicas que nos dejó sirvieron de testimonio de esas experiencias anuladas y perseguidas. Como la loca sabia que era, supo que al contar una historia se le da vida y permanencia a quienes no pueden hablar o a quienes ya no están.

La novela gráfica En Italia son todos machos (2008), de Luca de Santis (1978, Campobasso) y Sara Colaone (1970, Pordeone), lleva al papel una historia que perfectamente podría haber recogido Lemebel en una de sus crónicas: el confinamiento de homosexuales en la pequeña isla San Domino delle Tremiti durante el gobierno fascista de Benito Mussolini. Y tal como en los textos del desaparecido cronista chileno, en esta obra no solo se ofrece un hecho desconocido de la historia italiana, sino que también se reflexiona sobre el poder de la memoria y la necesidad de contar una y otra vez los sucesos para ganarle la batalla a la injusticia, al olvido y a la muerte.

Hechos reales / Historias contadas

El título de esta novela gráfica nace de la respuesta que dio Mussolini a quienes deseaban redactar una ley que explícitamente persiguiera a los homosexuales en Italia. Esa ley no era necesaria, según el dictador, dado que en el país eran “todos machos”. Por eso la mayoría de quienes acabaron en San Domino fueron llevados allí como “prisioneros políticos”, aunque todos quienes estaban al tanto de la detención conocían los verdaderos motivos tras ella. Familiares, amigos, compañeros de trabajo y jefes.

Esta obra no solo ofrece un hecho desconocido de la historia italiana, sino que también reflexiona sobre el poder de la memoria.

La historia de estos hombres recién vino a hacerse pública en Italia en los años 80’, cuando los pocos sobrevivientes ya ancianos dieron su testimonio –la mayoría de las veces de forma anónima- a algunos periodistas interesados en los hechos. Y sobre la base de esas entrevistas es que Luca de Santis estructura su relato.

Mediante un trazo simple y expresivo, la dibujante Sara Colaone da vida a Antonio Angelicola, más conocido como Ninella, quien es el personaje principal del relato. Es él, ya anciano, quien a regañadientes acepta relatar su experiencia a dos periodistas que pretenden hacer un documental sobre el tema. Es su relato el que nos lleva a los años 30’, cuando siendo un joven que ayudaba a su madre en el negocio familiar, fue detenido en un bosque en el que solían encontrarse los hombres homosexuales. Y es a él a quien seguimos durante el cautiverio, haciéndonos así testigos de las historias mínimas que vive el grupo de prisioneros con el que se encuentra, la miseria que viven por la falta de abrigo y alimentación, las rencillas internas que se dan entre ellos, las relaciones sentimentales y de amistad que surgen y las fiestas con las que tratan de mantener viva la esperanza. Sí, fiestas.

Porque lo que se cuenta en En Italia son todos machos escapa de lo lacrimógeno y lo melodramático. Tampoco se limita a presentar a los homosexuales como pobres víctimas indefensas. En eso, algo de Lemebel hay entre sus páginas. Porque más que apelar al dolor (que lo hay y bastante), lo que pretenden los autores es retratar la cotidianeidad de los prisioneros y, curiosamente, la libertad que encuentran en el cautiverio. Resulta llamativo cómo habiendo sido confinados al exilio por su orientación sexual, encuentran en esa pequeña isla un espacio en el que pueden expresarse libremente, integrando incluso a los guardias que debiesen “corregirlos” en sus códigos, juegos y rutinas. Una libertad de la que no disponían en sus medios sociales. Justamente por eso, cuando son devueltos a sus ciudades ante el avance aliado hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, uno de los personajes dice en la despedida: “Volvemos, sí. Pero… ¿adónde? Vuelvo a la que fue mi casa. La casa que me quitaron. Vuelvo a la que fue mi familia, que quedó destrozada por el dolor. Y al exilio de mi propia ciudad, al exilio de las miradas malintencionadas de los demás. Volvemos y todo ha cambiado. Volvemos, pero nada será como antes. Hoy, mi reino es esa tierra de nadie en la que ‘casa’ es una palabra que ya no sé pronunciar.”

El pasado que se hace presente

La historia de Nine recoge de forma casi fidedigna la información dada por esos anónimos entrevistados de los años 80’, permitiéndose ciertas licencias narrativas a la hora de estructurar el relato por medio del contrapunto entre el pasado y el presente. Porque la novela también ahonda en los motivos que impulsan a los dos reporteros a buscar al anciano Ninella, pese a que este se resiste por distintas artimañas a llegar al lugar donde ellos desean grabar su historia. Así, hay toques de humor a lo largo de la historia cada vez que el hosco anciano insiste en detenerse en cada estación de servicio o en visitar a parientes inexistentes en los pequeños poblados por los que pasan camino a San Domino delle Tremiti. Pero junto con lo gracioso que resulta ver a Ninella escapar infructuosamente de los cada vez más impacientes reporteros, también se va dibujando el temor del personaje a enfrentar físicamente el pasado. Un pasado que significó para todos los que fueron cautivos en la isla la vergüenza familiar y social.

La relación entre entrevistado y entrevistadores dará pie también a conmovedoras revelaciones para los jóvenes documentalistas en las que se pone en evidencia que los hechos de antes no son solo del pasado. El silencio y la vergüenza de lo no dicho también la han vivido ellos de cerca. Esta relación entre los jóvenes y el anciano sirve también para mostrar lo necesario que es contar lo vivido para sanar las heridas y superar el pasado. Al hacer visible lo que era invisible, la historia de todos queda completa y los que murieron en la vergüenza, el silencio y el olvido vuelven a la vida, ya sea como palabras, ya sea como dibujos. Las imágenes creadas por Sara Colaone ayudan mucho a la hora de entrar en el mundo de los recuerdos. No porque sea un dibujo muy detallista o cuidadoso en la representación de la Italia de los años 30’. Por el contrario, sus líneas son simples y los personajes y los fondos toman forma por medio de trazos gruesos y fluidos. Pero el uso de un único color ocre, aparte del blanco y el negro, sirve para cargar el relato de la nostalgia propia de las fotografías que el tiempo ha desteñido. Al mismo tiempo, Colaone juega con las viñetas y su disposición en la página, haciendo de ellas los barrotes de la prisión física y sicológica en la que los personajes viven.

La importancia de las historias

01200604101_gNarrar una historia parece simple, es algo que desde niños hacemos. Sin embargo, narrar esconde la acción poderosa de dar existencia, forma y vida a aquello que se cuenta. Sin importar si se trata de un cómic, una novela o una crónica, las historias van entrelazándose unas con otras y formando así una visión más completa de la realidad en la que vivimos. Si una historia no es narrada, toda nuestra concepción del mundo se empobrece. Por eso, lo que hacen los autores de En Italia son todos machos es un generoso acto de valor al dotar de humanidad y verdad un episodio que incluso los mismos que lo sufrieron querían borrar de la historia. Ya lo sabía Lemebel, que con aguerrida y florida bravura desarrolló una obra que dio voz a quienes por razones políticas o culturales no podían expresarse en nuestro país. Narrar es de valientes.


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