Acusado a menudo de ser una entretención infantil, simplista y evasiva, el cómic no necesita de muchos recursos para desarrollar historias que nos muestran la existencia humana en toda su complejidad. Apenas tres colores, el dibujo y el texto sirven a Francisco Javier Olea, Catalina Bu y Craig Thompson para hablarnos de quiénes somos, de cómo vivimos y de cómo nos relacionamos. Y de paso, mostrarnos qué tan simples y profundos pueden ser los cómics.
Como cualquier otro lenguaje artístico, el cómic puede acercarse a la existencia humana en toda su complejidad
Es molesto que la gente piense que a uno le gustan los cómics porque tiene algo no resuelto en su historia o porque se quedó pegado en alguna etapa infantil o adolescente. ¡Qué bonito!, ¡qué tierno!, me han dicho a veces con una expresión de tía chocha endomingada ante su sobrino bien peinado y con una revista bajo el brazo. Quizás podemos echarle la culpa a los mismos cómics, que muchas veces ofrecen una mirada muy simplista de la vida. Como si los lectores de historietas no fuésemos capaces de entender que el vivir tiene más matices que la lucha dicotómica entre el bien y el mal de algunas revistas de superhéroes o que el amor es mucho más confuso que el cielo lleno de corazones de un especial de San Valentín de Mickey Mouse. Como cualquier otro lenguaje artístico, el cómic también puede acercarse a la existencia humana en toda su complejidad: las miserias y las alegrías, las preguntas sin respuestas y las vivencias que nos marcan, los secretos que arrastramos y las debilidades que nos definen. Y en el caso de las tres obras que nos ocupan hoy, lo hacen con mínimos recursos: el texto, el dibujo, el rojo, el azul y el negro.
Rojo: ¿Y usted, quién es?
Conocemos a Francisco Javier Olea desde hace tiempo, ya sea por sus ilustraciones para El Mercurio, por la sección Lecciones de estilo que tiene en la revista Sábado, por su trabajo gráfico en obras de otros autores (Vivir un terremoto, Lautaro. Halcón Veloz) o por su entretenido blog Oleísmos. En julio de este año, este diseñador lanzó su primera novela gráfica, ¿Y usted, quién es? (Ediciones B), manteniendo su inconfundible trazo clásico en el dibujo, pero abordando esta vez una historia que se extiende más allá de las tiras cómicas a las que nos tenía acostumbrados. Hay humor, claro, pero también hay una reflexión sobre lo que significa ser exitoso hoy en día, el miedo a dejar de serlo, las dificultades para ser creativo y lo que significa avanzar en la creación de una obra propia.
La aparente sencillez de la historia de un escritor estancado en sacar una segunda novela que confirme su talento, va acompañada del dibujo al que Olea nos tiene acostumbrados: la limpieza del blanco, el trazo negro fluido dando forma a esos personajes que parecen salidos de los años 50’ y la irrupción de un apasionado color rojo intenso para destacar ciertos elementos de la composición. Un dibujo que, tal como la historia, es simple solo en apariencia, dado que el autor se preocupa de crear bonitas metáforas visuales cargadas de significación (una puerta entreabierta, una caja vacía, un balancín, un letrero luminoso que se desploma sobre el protagonista) para una historia en la que el destino de dos personajes se entrecruza con el fin de revelarnos que en la vida no hay un solo camino correcto, que las personas buenas existen y que la peor presión es la que dejamos que otros pongan sobre nuestros hombros. En definitiva, Francisco Javier Olea nos habla de la libertad de crear y de la necesidad de encontrarnos a nosotros mismos para hacer uso de ella. Porque, tal como reflexiona el protagonista de ¿Y usted, quién es?: “La vida, a ratos, pareciera manejarse sola. Da giros, cambia de ritmo. ¿Cuánto será realmente lo que influimos en esos cambios?”
Azul: Diario de un solo
Lo primero que llama la atención de Diario de un solo (Catalonia), es la elección de su creadora de un solo color, el azul, como medio para mostrarnos las experiencias del protagonista, quien cansado de la gente vivencia página a página lo que implica su opción por la soledad. El color y también llama la atención el estilo de dibujo empleado por Catalina Bu: un trazo más bien tosco, pero amable como si hubiese sido hecho por un niño. Ambas elecciones de la ilustradora sirven para abordar un tema a veces triste (blue) y a veces duro que nos toca a todos: la soledad. En cada página, el personaje se ve enfrentado al lavaplatos lleno de vajilla sucia, la despensa vacía, los montones de ropa por lavar, el aburrimiento frente al televisor, la precaria alimentación y las noches silenciosas propias de quien vive solo en la ciudad.
Catalina Bu no hace de la soledad una tragedia griega ni la reduce a una comedia de situaciones, sino que la retrata como un espacio de descubrimiento.
Recogiendo su propia experiencia como penquista llegada a Santiago, Catalina Bu transita en las páginas de Diario de un solo por momentos cómicos, penosos y cotidianos de quien lleva su vida adelante sin más compañía que la propia. Es decir, no hace de la soledad una tragedia griega ni la reduce a una comedia de situaciones, sino que la retrata como un espacio de descubrimiento, de reflexión, de torpezas, de libertad, de diversión y de tristeza. Como una experiencia compleja, a fin de cuentas. Vemos al personaje en su día a día, gozando de la soledad que le permite decidir libremente qué hacer o no hacer, al tiempo que en otros momentos lo vemos recogido en un ensimismamiento depresivo o derechamente suicida cuando, por ejemplo, llena el lavamanos para meter la cabeza en el agua.
El relato le sirve a Catalina Bu para abordar también temáticas propias de la vida actual: las dificultades para comunicarnos cuando tenemos todo para hacerlo, el consumismo como medio de calmar nuestras angustias, el vacío existencial nacido del exitismo en el que nos movemos, las dificultades que nacen de la convivencia con otro y, finalmente, la necesidad de un otro para dar algún sentido a nuestra vida. Tal como afirma el personaje en un momento de su diario: “De puro solo saludo a mi cama cuando me acuesto”.
Negro: Blankets
“Qué satisfacción produce dejar una marca en una superficie en blanco. El dibujar un mapa de mis movimientos sin que importe que no sea para siempre”, reflexiona el protagonista de Blankets (Astiberri) al final de la obra. Como si la vida fuese en blanco y negro. Al menos eso es lo que el estadounidense Craig Thompson (1975) parece comunicarnos en términos visuales en su novela gráfica de casi 600 páginas. Empleando solo la tinta negra sobre el papel blanco y con un dibujo que pasa de la caricatura al lirismo gráfico, el autor repasa su infancia, adolescencia y juventud haciéndose cargo de lo complejo de dichas etapas y sin hacer el quite a ninguno de los temas que le tocó enfrentar. Así, aparecen situaciones como los miedos infantiles, el abuso de menores, la enseñanza y la culpa religiosa, los secretos y las separaciones familiares, las discapacidades mentales, el hastío adolescente ante un mundo difícil de entender, el primer amor entre Craig y Raina, el despertar sexual cargado de dudas y felicidad, el valor de la familia como refugio emocional, las dudas sobre la propia identidad y sobre el futuro. Temas que podrían haber dado pie a un inspirador melodrama hollywoodense nominado a varios Oscar.Basado en hechos reales y con Meryl Streep o Tom Hanks en el reparto, por ejemplo. Por suerte, Craig Thompson evita el camino fácil.
Blankets, ganadora de varios premios Harvey el 2004, no es una obra que enjuicie o dé respuestas claras sobre los temas que aborda. No son personajes que tengan claridad sobre el sentido de sus existencias, sino que lo van construyendo paso a paso, a veces junto a otros, a veces solos. No hay certezas, no hay momentos reveladores. No hay buenos y malos. No es en blanco y negro. Solo parece estar el día a día acercándonos y alejándonos de quienes queremos y a quienes añoramos. El blanco del papel, entonces, parece aquí convertirse en el espacio en el que tratamos de dibujarnos para no desaparecer; la nieve que lo cubre todo y en la que tal como los personajes hacen a lo largo de Blankets, tratamos de dejar una marca sabiendo que está destinada a desaparecer.
De lo simple y lo complejo
Olea, Bu y Thompson consiguen en sus obras retratar experiencias con las que todos podemos, en mayor o menor medida, empatizar. El amor, búsqueda de la identidad, la soledad, los silencios y las pérdidas son vivencias que todos compartimos en algún momento de la vida. Son experiencias complejas para las cuales muchas veces no estamos preparados ni tenemos una guía. Ninguno de los tres artistas mencionados nos da grandes respuestas al respecto. Parecen entender que no es tan simple como que exista un camino único. Quizás por eso simplemente nos muestran distintos colores desde los cuales podemos mirar la vida.